Las cámaras de Lavapiés. Ahora sí que sí.
Ya están aquí. Esta tarde cuando volvía de trabajar he podido comprobar que al menos habían colocado la mía, debajo de casa: ahora (o cuando funcionen) podrán ver a qué hora salgo por la mañana y cuando vuelvo, envidiarán mis horarios (o no), conocerán mi éstado civil (o lo imaginarán), sabrán cuántas veces paso por la frutería, descubrirán que a menudo saco la basura fuera de tiempo, que los jueves mi hermano me trae verdura y yogur de la sierra y pensarán (o no) que qué sospechoso el tipo este que sale siempre con la cámara a cuestas. Un anti-sistema, fijo. O no.
La verdad es que lo primero que he sentido ha sido decepción. Esperaba una cámara más vistosa, más retro tal vez, una cámara de verdad y no esta mariconada (con perdón) de cámara de alrededores de órgano gubernamental que nos han puesto (por no hablar del cartelaco anunciando nuestros "derechos" del que sólo puedes ver aquí el perfil). Tal vez esperaba algo así, bien vistoso, algo junto a lo que poder escribir "¿qué miras?". Pero así no se puede. Ahora, los turistas recorrerán el barrio en busca del edificio público-histórico de turno, alentados erróneamente por unas cámaras que bien podrían ser farolas. Al menos los restaurantes indios sacarán su beneficio.
Bueno, dejemos de reírnos, que no tiene gracia. O sí.