Estamos todos, unos y otros, tan acostumbrados a reducir nuestro desplazarnos por la ciudad a un mecánico y rutinario ir de un sitio a otro, de A a B, que pararte quince minutos en cualquier plaza te convierte enseguida en sospechoso. Más aún si no coges un autobús, o si queda claro que no esperas a alguien (sino algo, aunque eso no lo saben), o si no eres parte de, digamos, la parroquia. Sentirse sospechoso a tresciendos metros de casa, en tu propio espacio, ese que llaman público. Y no hablemos ya de sacar la cámara: "¿por qué nos sacas fotos?"."No te hago fotos a ti, lo que fotografío ni siquiera se mueve". Y entre tanta incomodidad, la marquesina se enciende, hago las fotos de rigor y me marcho, con el objetivo cumplido pero incómodo, decepcionado, y puede que algo triste. Agh.
Me queda un cuarto de hora antes de una cita y llueve. Mucho. Pero no me quiero ir sin hacer las fotos. Intento cubrir la cámara como puedo mientras disparo, pero acaba mojándose un poco. Termino y respiro tranquilo. Un cuarto de hora después, un alemán me presta un paño profesional para secarla. Diseñado por Porsche, me dice.
La mañana del lunes, antes de ir a trabajar, vuelvo al mismo punto. No llueve. Hago las fotos de día, tal vez sólo por pura documentación, e intento encontrar ángulos nuevos que me satisfagan. Encuentro uno poniendo la cámara en el suelo, disparo y alguien se para y me increpa. "¡Has sacado mi bota, bórrala! ... ¡Que la borres!". Su tono y su cara rebosan agresividad. Su colega, más tranquilo, me aconseja que la borre. Temiendo por la cámara, la borro. La gente se ha vuelto loca, definitivamente. Se me quitan las ganas de seguir probando: cuadro verticales y horizontales con la marquesina a un lado, clic, y me marcho a trabajar de mal humor.
Esta entrada es para Dug, Alberto y Rafa. Por ayudarme, en uno u otro momento, a vencer mi pereza (llamemos a las cosas por su nombre) a disparar en RAW. Gracias.